martes, 19 de marzo de 2013

Recuperando el tiempo perdido

Hace unos días que vengo pensando en algo en lo que no había reparado hasta ahora. Supongo que ahora es cuando más obvio es, pero sea como sea es algo completamente inconsciente y a lo que he llegado sin planearlo en absoluto, pero me resulta muy curioso.

Resulta que, como ya he contado muchas veces, yo no tuve una adolescencia como tal. Si me oyera mi madre me tiraría una tostadora a la cabeza, porque desde su punto de vista me pasaba todo el día de fiesta con mis amigos viviendo la vida loca sin preocuparme de nada y parasitando como si no existiera nada mejor que hacer en la vida. Mira, una cosa buena de que mi madre no lea mi blog y se la pique mi vida, me ahorro un escobazo.

Pero lo cierto es que no fue así para nada.

Mi visión de mi propia adolescencia, sobre todo ahora que la puedo ver con perspectiva, es que mi vida era bastante asquerosa. Desde los 10 años mi padre dejó de ser un padre para convertirse en parte del mobiliario (feliz día del padre, papá). Y no es que dejara de existir, esque encima de no ser un padre en condiciones daba el por saco como el que más. Me pasé el 70 por ciento de la primera mitad de mi adolescencia castigada en casa sin poder salir, sintiéndome un fracaso para toda mi familia, que es lo que me hacían ver que era, y cultivando un odio y una rabia que todavía arrastro y de la que no he sido capaz de librarme.

Hasta que un día, cuando tenía 15 años, mi padre se fue y yo me sentí la persona más liberada del mundo. Se acabó la dictadura... y empezó la anarquía más absoluta.

Mi madre vivió su accidente como un "voy a hacer lo que me pida el cuerpo" (ojo, no la culpo,  esta entrada no va de eso), y el cuerpo le pedía evadirse. Y ella se evadía sin más. A veces se evadía encerrándose en su cuarto a llorar durante 48 horas seguidas, a veces se evadía yéndose de viaje sola durante semanas, y a veces se evadía pasando absolutamente todo su tiempo delante del ordenador hablando con gente de diferentes partes del mundo. Limpieza, comida y otra serie de obligaciones no entraban en los planes de nadie en mi casa. Sea como sea, todo lo que le pedía el cuerpo no nos incluía a nosotros, y mi hermano, a parte de tener una personalidad mucho más independiente y solitaria que yo, tenía 21 años y su vida orientada a lo que le daba la gana. Pero yo no. Yo tenía 16 años y muchas ganas de que alguien me hiciera caso sin hacerme sentir un estorbo.

Pasé una etapa diciendo "qué guay, puedo hacer lo que me salga del pie sin que nadie me controle", pero esa fase pasó rápido, para empezar porque nadie de mi entorno podía seguirme el ritmo, y para seguir, porque todos, y especialmente a ciertas edades, necesitamos una disciplina, a alguien que nos pare los pies, un ejemplo a seguir. Unos padres, a esa edad todos necesitamos unos padres, y yo no los tuve. Creo que de hecho no los he vuelto a tener, aunque mi madre recuperara el norte y mi padre apareciera de nuevo años después nunca he tenido una figura de autoridad después de aquello. Recuerdo como si fuera ayer que la busqué, recuerdo cómo yo hacía las cosas en base a que ellos se sintieran orgullosos de mí, como dejar de fumar o tener una vida ordenada con mis facturas al día sin pedir ni un sólo duro y ser autosuficiente, pero lo cierto es que nunca sentí que nadie me lo valorara. Es como si todo eso formara parte de mi deber en la vida, sin aplausos, sin palmaditas de ánimo, ser responsable es lo que me tocaba y punto.



Después de eso mi madre se fue y las cosas se desmadraron bastante, me costó mucho encontrar mi camino y ponerle un poco de orden, y ahora que soy madre de dos maravillosas criaturas a las que adoro y sé quién soy más que nunca, me he dado cuenta de que el cuerpo me está pidiendo vivir esa adolescencia que nunca tuve.


Toda mi ansia es vivir experiencias, muchas muchas experiencias. Risas, viajes, fotos haciendo el canelo, amigas, amigos, calle, borracheras... , ir a muchos sitios, conocer a mucha gente y que todo el mundo me caiga bien sin importarme nada más. He notado mis ganas de vivir sin preocupaciones hasta en la música que escucho últimamente, ahora más fiestera, bailable y despreocupada que nunca. A ver, tampoco es que me haya convertido en Paquirrín, no es eso, aún sigo disfrutando de un buen libro y no hay nada que me llene más que el cine con sustancia y bueno de verdad, pero ya no vivo obsesionada todo el tiempo con cultivar el intelecto a cada paso que doy como si fuera lo único en la vida, ahora me apetece disfrutar sin pensar en el mañana, y además considero que esta adolescencia tardía me está dando la posibilidad de hacer las cosas con cabeza y sin hacer daño a nadie, con lo que lo vivo de manera aún más satisfactoria.


La verdad es que no sé si es una nueva forma de vivir mi vida o es simplemente una etapa, pero lo cierto es que se duerme mucho más tranquila sin mirar a la gente con lupa y poniéndole un pero a todo lo que la vida te pone delante.


De cualquier forma, me gusta la nueva YO...

No hay comentarios:

Web Statistics