Ahora que ya le voy cogiendo el truco a esto de ser madre, que ya he dejado de sentirme perdida, de mirar a mi bebé y preguntarme
"¿qué le pasa? ¿por qué llora? ¿estará la casa a una temperatura agradable para ella? ¿le molestará la ropa que lleva? ¿será suficiente lo que ha comido o se habrá quedado con hambre?", ahora que ya no es todo nuevo para mí y tengo controlado todo lo que antes era desconocido... mis preocupaciones son otras.
"¿Cómo será mi hija cuando crezca? ¿será inteligente? ¿será cabezota? ¿será una rebelde? ¿será cariñosa? ¿tendrá sentido del humor? ¿será feliz?", son algunas de las preguntas que me hago constantemente. Todos esos aspectos, aunque puedo intentar potenciar los que me interesen, no los puedo controlar porque están en ella y sólo en ella, y así es como debe ser, ella debe decidir su propia personalidad, pero lo que sí puedo potenciar es la educación que va a recibir, y no me refiero a la educación escolar, si no a la educación que va a recibir dentro de casa.
¿Alguna vez alguien se ha parado a pensar el inmenso efecto que tienen nuestros padres sobre nosotros?, podemos parecernos a ellos en personalidad o no parecernos, podemos ser rebeldes y rebelarnos contra sus normas o podemos desarrollar nuestra propia personalidad al margen de lo que ellos nos hayan enseñado, pero contra lo que nunca podremos luchar es contra el día a día de nuestra vida, de lo que ellos nos han enseñado. Si cada día de tu vida desde que naces tú ves cómo tus padres se lavan las manos antes de comer y de cenar, matemáticamente a ti te parecerá natural hacerlo, y cuando más adelante en tu vida encuentres a alguien que no lo hace te parecerá que sus hábitos higiénicos son erróneos y muy escasos. Lo mismo ocurre si toda la vida nos han obligado a hacer la cama a diario, a recoger la mesa después de comer y no dejarlo para luego o a que en casa manda el hombre, no la mujer.
Hace poco pasamos por la carretera por delante de un tío meando en pleno descampado enfrente de todas las casas del vecindario con gente, niños, perros etc, alegre y despreocupado ahí estaba ese hombre desahogándose. Según le pasamos, Luismi me dijo
"¡¡qué tío más cerdo por favor!! ¿¿esque no le da vergüenza?? ¡¡qué asssssco!!", lo cual yo comparto, pero inmediatamente pensé, pues no, no le da vergüenza. Seguramente nisiquiera se ha planteado que eso pueda ofender a nadie. Con toda seguridad, creció viendo a su padre hacerlo y cuando tuviera ganas de ir al baño su madre le diría
"venga, haz pis ahí mismo", cuando para la mayoría de las personas, entre las que me incluyo, las necesidades de cada uno son para hacerlas en la más estricta privacidad.
A eso me refiero con la educación que va a recibir mi hija, no nos damos cuenta, pero cada cosa pequeña que hacemos a diario, cada hábito que tenemos, se lo estamos transmitiendo a nuestros hijos y se está incrustando en su cerebro para el resto de sus vidas, por eso hay que tener mucho cuidado con lo que hacemos, y si realmente quieres que tu hijo no diga tacos, no puedes decirlos delante de él porque él lo está viendo como algo normal y cotidiano. Yo crecí viendo a mi padre decir tacos constantemente, para expresar alegría, para expresar rabia, para expresar enfado... para todo, sin embargo a mí me regañaba severamente cuando los decía. Pues bien, hoy soy una persona muy taquera, digo muchos tacos, muchos, aunque siempre elijo bien el entorno, por supuesto, pero me gusta expresar mis emociones con palabras malsonantes, simplemente porque he aprendido a que un taco puede llegar a ser mucho más expresivo que frases enteras.
Todo esto me hace plantearme los valores que quiero que tenga mi hija. Me encantaría que fuera una persona con sentido del humor, me encantaría que fuera muy amante de los animales, me encantaría que fuera ordenada, cariñosa, divertida...pero por encima de todo, me gustaría que fuera buena persona. Quiero que mi hija sea humilde, que sea responsable, que sea madura para aceptar las consecuencias de sus actos. Quiero que sea generosa, una buena amiga y quiero que no le dé miedo pedir perdón. Y si quiero que mi hija tenga todos esos valores, tiene que aprenderlos de su principal entorno, su casa, y por eso tengo que estar muy pendiente de cada movimiento que hago y que nada se me pase por alto para poder darle un buen ejemplo. Si he actuado mal, tengo que ser lo suficientemente responsable como para aceptarlo, si he hecho daño a alguien, tengo que ser lo suficientemente humilde como para pedir perdón y aprender de mi error, pero sobre todo y por encima de todo lo demás, tengo que ser madura como para no hacer cosas de las que me pueda arrepentir o con las que pueda herir a la gente, y menos hacerlo sólo por diversión.
Hoy en día los niños tienen un millón de juguetes, tienen 5 consolas distintas y desde muy pequeños van a Faunia, a la Warner o al parque de atracciones, pero sin embargo no poseen los valores principales, como por ejemplo la capacidad para saber que no todos los niños son tan afortunados de tener tanto. Los padres no se preocupan en potenciar esos valores. Sin embargo yo quiero actuar diferente, quiero que mi hija sepa que es una privilegiada, quiero que mi hija desarrolle un gran sentido de la buena educación, por favor, gracias, perdón y todo lo que conlleva ser una buena persona. Y si quiero que lo sea, tengo que serlo yo.
Así que aquí estoy, con 27 años y teniendo que replantearme cada minuto si esto es lo que quiero enseñarle a mi hija o no y aprendiendo cada día una nueva lección de humildad para poder aplicarla. En una palabra, renaciendo. Y se lo debo a ella. Porque puede que yo la proteja a ella físicamente, pero ella es quien espiritualmente me protege a mí, porque en el fondo todos estamos perdidos y prácticamente nadie es la persona que le gustaría ser. Yo al menos, lo voy a intentar.
Así que madres del mundo, vamos a intentar dejar de pensar que nuestros hijos
necesitan esa consola, ese juguete, esas zapatillas Nike o ir a conocer el Zoo porque si no se van a reír de ellos en el colegio y se van a traumatizar, y vamos a intentar darles lo que realmente importa en la vida:
un buen ejemplo.