En esta empresa no se puede hablar en intimidad muy a menudo. Normalmente me entran llamadas cada 25 segundos, con lo que mientras trabajamos, mi compañera y yo siempre somos constantemente interrumpidas y es muy difícil mantener el hilo de una conversación.
Cuando el teléfono no está sonando, tampoco es un buen momento para charlar de temas profundos, ya que suelen ser las horas en las que la gente está tranquila, después de comer y eso, y con la poca actividad que hay, se te cae un boli y lo oye toda la planta, así que por bajito que dialogues, siempre hay alguien que va al baño, entra por la puerta o se acerca a coger un caramelo que se entera a traición de tu conversación.
Normalmente solíamos dejar las conversaciones delicadas e íntimas para la hora de comer, hasta que pronto nos dimos cuenta de que vayas a la hora que vayas y vayas a la planta que vayas, entre las 13.30 y las 16.00 la cocina siempre está a rebosar de gente apelotonada en la pequeña mesita de cada cocina, con lo que tampoco es el momento idóneo para contar intimidades.
Hoy Bego y yo teníamos un tema pendiente que ha surgido esta mañana entre llamada y llamada y queríamos filosofar sobre él, así que lo hemos aplazado al momento café de después de comer, una vez fuera del bullicio de la cocina, y hemos decidido irnos a las escaleras del edicifio, sentarnos allí y charlar. En una planta 15 no suele haber gente subiendo por las escaleras en lugar de tomar el ascensor, así que hemos pensado que podíamos estar a nuestra bola.
Ahí nos hemos sentado, el cielo de Madrid ante nosotras y el mayor de los silencios de fondo. Hemos hablado de nuestro confidencial asunto largo y tendido, y cuando ha llegado la hora de volver, nos hemos dirigido a la puerta que vuelve al hall de la planta 15, cuando cuál es mi sorpresa al intentar abrir el pomo, que por supuesto está cerrado.
De una manera muy cinematográfica, tiro del pomo varias veces como si no estuviera claro que está cerrado con llave, y cuando Bego y yo hacemos un alterado análisis de la anatomía de la puerta, descubrimos que es una de esas puertas que son sólo de una dirección y necesitas una llave especial para abrirlas desde uno de los dos lados. Adivinen en qué lado nos encontrábamos nosotras.
Subimos apresuradamente un piso por si, casualidades de la vida, ese sistema sólo aplicara a la planta 15. Pero al parecer en la 16 tampoco había manera de salir. Ni en la 17, ni en la 18...
Afortunadamente las dos llevábamos móvil, así que decidimos subir a la 24, nuestra planta, y llamar desde allí a Ana, la compañera que nos sustituye mientras comemos, para que venga a abrirnos desde fuera y no hacerla bajar.
9 pisos después, mientras saco mi móvil a la velocidad que mi perjudicado bazo me permite, oímos depronto unos pasos que vienen de la azotea. La azotea, ese lugar que por todos es sabido que está cerrado a cal y canto y donde no puede entrar absolutamente nadie.
Bego y yo nos miramos con ojos de pánico, y mientras yo tiro inútilmente del pomo de la maldita puerta como si me fuera la vida en ello, Bego se agarra de mi brazo y me dice con un hilo de temblorosa voz: "...tía...que viene alguien de arriba..."
Yo le cojo de la mano, no sé muy bien si para tranquilizarla o para que ella me tranquilice a mí, y los segundos se me hacen eternos hasta que veo bajar un segurata que viene de la azotea, nos ve, se ríe y sin más sigue su camino hacia la planta 23. Bego y yo nos miramos durante un segundo y depronto rompemos las dos a decir prácticamente al unísono: "¡¡espere por favor, ábranos la puerta que no podemos salir!!"
El segurata se nos queda mirando con una sonrisa que deja ver unos dientes verde/amarillos, y mientras se acerca con sus todopoderosas llaves en la mano, suelta una inquietante carcajada y nos dice que desde abajo nos han visto por la cámara dar vueltas por el edificio como un pavo sin cabeza y le han dado el aviso para que suba a liberarnos.
Mientras Begoña y yo nos preguntamos que entónces por qué leches se disponía a pasar de largo, aún recuperando el aire de nuestros afligidos pulmones, según se abre la puerta salimos las dos por patas dejando atrás al hombre de la inquietante sonrisa y atravesamos en una décima de segundo el pequeño pasillo que separa la puerta de las escaleras con la siguiente puerta, que va a parar directamente a la zona VIP de la oficina, la de las secretarias y los jefes de la empresa, previamente desconocida para nosotras, y donde justo en ese momento se encuentran la secetraria del súper director general, tres de las cuatro secretarias de dirección, y con una de ellas, el súper-súper-súper director de la empresa, que hace una pequeña pausa en su dictado, nos mira por encima de sus gafas sin siquiera molestarse en levantar la cabeza y continua con su tarea. La secretaria de los directores (con la que ya compartí una bonita anécdota el día que se me estropeo el teléfono y saltó el nocturno) se queda con cara de "¿¿EEEIIINNN??", y antes de que pueda recuperar el habla y nos diga "¿¿pero vosotras de dónde leches salís??", Bego y yo explotamos en un ataque de risa y nos empujamos la una a la otra para ir hacia nuestro hábitat natural, es decir, la recepción.
Aún no he tenido oportunidad de preguntarle a ningún segurata ni a nadie que lleve mucho tiempo trabajando en la empresa por qué leches la puerta de las escaleras de la planta 24 da directamente a la oficina y no al descansillo como todo el resto de plantas (me imagino), pero la verdad que una vez en mi planta y en mi sitio, me da igual.
Esta empresa está añadiendo mucho material a mi lista de situaciones dantescas, desde luego...
Hace 10 años
1 comentario:
Es lo que tiene meterse en lugares raros! A quién de 400 trabajadores se les ocurriría subir a la azotea a "ver que pasa" o a charlar a las escaleras? A NOSOTRAS.
La verdad es q fue digno de contar jajaja siempre hay que buscar el lado divertido de las cosas, me encanta haber conocido a una persona que sepa hacerlo y encima currar con ella. Es, sencillamente genial ;)
Gracias por estar en mi vida!
Eres grande!!!
Love you,
Bego.
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