Escribí esta entrada hace unos días sin ninguna intención de publicarla. Sin embargo he pensado que éste es mi diario y escribo lo que siento, aunque sea extremadamente íntimo y profundo. Advierto que es una historia muy intensa y bastante victimista, pero es exactamente cómo me siento, así que para los lectores que no disfruten con las entradas sobre sentimientos, les recomiendo que se la salten, la escribí en un momento bajo que afortunadamente no es como me siento todo el tiempo, con lo que habrá entradas más positivas.
Cuando una está tan tranquila en su vida intentando asentarse, dejar por fin de luchar y estabilizarse, depronto llega un día en el que ocurre algo inesperado, algo teóricamente bueno, y lo descoloca todo.
Te quedas embarazada sin buscarlo, y sientes un pánico horrible pensando en cómo vas a afrontar todo lo que eso supone sin volver otra vez a la espiral horrible de gasto de energía y de muchas más cosas del que todavía no te has librado gracias al anterior embarazo. Pero lo asumes. Lo asumes e intentas verlo de la manera más positiva posible, y entonces depronto te hace muchísima ilusión y lo compartes con todo el mundo. Todo el mundo incluído tu jefe.
Y entonces sin que puedas hacer nada por evitarlo y antes de que te dé tiempo a compartirlo con más gente, tu jefe te echa de tu trabajo, no quiere saber nada de ti. Le da igual la que se te viene encima. Es más, te echa de tu trabajo que tanto te cuesta realizar precisamente porque no quiere aguantar la que se te viene encima, prefiere alguien que trabaje igual o peor, pero a la que no le vayan a doler los tobillos. Le dan igual tus problemas y se los quita de encima. Sencillamente, tu vida no es su problema.
Y entonces vas al paro, pero resulta que allí te dicen que no cumples el mínimo para que te corresponda un dinero decente. Te faltan 7 días trabajados en un año. Sólo 7 días. Si no, no pueden ayudarte. Les cuentas la injusticia que acabas de vivir y te dicen que pobrecita, pero que no cumples los requisitos. Tu vida, por supuesto, no es su problema.
Entonces te pones a hacer entrevistas como una loca escondiendo la ya más que obvia tripa de embarazada. En las entrevistas te hacen preguntas de todo tipo, desde dónde vives hasta si tienes familia o planeas tenerla. Tú te preguntas que todo eso a ellos qué mierda les importa, pero les importa. Mientes. Mientes sobre que tienes una hija, mientes sobre el lugar donde vives y por supuesto mientes sobre tu embarazo. Pero se te olvida mentir sobre que estás casada, y por algún motivo huelen la maternidad en tu mirada, o en tu edad, o en tu estado civil, y de repente nadie te llama de nuevo. Hasta que alguien lo hace y te promete estabilidad. Les gusta que estés casada, les gusta que tengas una hija y les gusta que lo que busques sea quedarte muchos años en una empresa para dejar de rodar por todas las empresas de España y finalmente echar raíces. Mienten con respecto al dinero que finalmente te van a pagar, mienten mucho, y te sueltan la verdad cuando ya has firmado el contrato. Te da igual, te da exactamente igual, sobrevivirás. Pero sabes que te han mentido, y eso te quema.
Te esfuerzas hasta límites insospechados en realizar tu trabajo de manera satisfactoria, en dar mucho más de lo que piden, en que estén encantados contigo y nunca quieran que te marches. Sin embargo un día cometes el error de llevar un vestido que hace que tu embarazo, pasada ya su primera mitad, sea bastante intuible. La gente te cede su asiento en el metro y tú te echas a temblar. Pero piensas que no pasa nada, que lo entenderán, que en esta empresa ése es el tipo de gente que buscan, gente estabilizada.
Sin embargo empiezas a ver caras raras al ver tu vestido. No sabes muy bien definir qué representan esas caras, pero algo pasa con tu vestido. Así que llegas a casa con una crisis mortal pensando en que se va a repetir lo de tu último trabajo, y dos despidos en el mismo embarazo es mucho más de lo que puedes soportar.
Así que vas al médico a que te ayude a superar tu crisis de ansiedad a sabiendas que debido a tu embarazo no puedes recurrir a los métodos habituales, y el médico, cuya obligación es que sí le importe tu vida dentro de lo que él pueda solucionar, te dice que te mereces un descanso ante tanta presión y que te tomes unos meses de paréntesis.
Entonces llamas a tu jefe y le cuentas lo que pasa. Le cuentas que no vas a volver hasta dentro de muchos meses, que es tu derecho como trabajadora, como mujer y como ser humano en general, pero a él no le gusta, no le gusta nada. No te lo dice, pero hay ciertas cosas que son bastante fáciles de adivinar. No te lo pone nada fácil, pero después de todo ya te da igual, es tu momento de descansar y tienes mucho tiempo por delante para olvidarte de que depronto ya no le pareces tan guay a tu jefe como te demostró al principio. Intentas desconectar pero no es nada fácil, te ha dejado muy marcada tu última conversación con él en la que te ha dado a entender cosas muy feas. Tu vida, tus problemas y tu estado no son su problema en absoluto.
Así que te vas. Te vas huyendo de toda la presión. Te vas a que te cuiden y a que por primera vez en tu vida te lo den todo hecho. Te vas despertando rumores, malas caras y envidias a tu espalda, pero lo necesitas, así que te vas.
Y descansas, descansas mucho. Te cuidan, te miman, te quieren y te demuestran que vales muchísimo. Te sientes bien, pero no del todo. La presión por todo lo que se te viene encima se acentúa cuando llega el primero de lo que va a ser tu sueldo los próximos meses. Después del tremendo escalón hacia atrás que fue el cambio de empresa, ahora se acentúa por la nueva circunstancia. Y te entra un pánico horrible al echar cuentas sobre el papel.
Intentas desconectar, descansar, olvidarte. Y vuelves. Vuelves a Madrid descansada y contenta de haberte ido, pero sabes que te esperan unos meses horribles.
Llega septiembre, y tú tienes estudiado cada euro, cada céntimo que va a entrar en tu cuenta. El inicio del cole va a ser un gasto mucho más fuerte de lo que habías pensado, pero hay que asumirlo. No sabes ni con qué dinero vas a comer o echar gasolina ese mes, pero aún así sabes que sobrevivirás a pesar de todo.
Y entonces llega el día, llega el día en el que por fin entra tu sueldo, y tú tienes ya una lista de todo lo que tienes que comprar y pagar ese día, a sabiendas de que te vas a quedar a cero de nuevo, pero al menos con tus cosas bien pagaditas.
Pero vas al banco, y el cajero dice que no te quiere dar nada, ni 20€, nada.
Lo intentas una y mil veces, pero nada, el cajero no te da dinero.
Llamas al banco, y te dicen el por qué. Tienes demasiadas deudas y han decidido cobrárselas a su manera. No sólo no te van a dar ni un euro este mes, si no que todavía les debes mucho, mucho dinero, y te piden que les hagas el ingreso cuanto antes. Lloras, suplicas, le explicas tu situación a la persona al otro lado del teléfono, pero no hay piedad: este mes no cobras.
Vuelves a casa intentando buscar una solución, necesitas pagar tus facturas y comprar todo lo que tu hija necesita para el colegio, y nada puede esperar. Sabes que toda la ropa se le ha quedado corta, que no tiene casi ropa de invierno de su talla y rezas por que el frío tarde mucho mucho en llegar, pero aún así, en el colegio te piden muchas cosas de manera inminente, y todavía necesitas comprar todo lo que va a necesitar el nuevo bebé, que no tiene ni armario en su habitación.
Intentas asumir en pareja la que se te viene encima, pero la tensión creada por la situación hace una mella horrible entre vosotros. Después de todo lo que ha pasado, estás sola.
Lo compartes con tus amigos, con la gente que supuestamente te quiere. No buscas ayuda, sólo comprensión, pero tampoco la tienes. Al principio la gente se compadece. Te deleita con algo de ánimo, pero con el paso de los días y según vas contando los avances de tus problemas, no sabes muy bien si es porque tus problemas les superan o porque ellos nunca se han visto en la situación, pero la gente empieza a darte ligeramente la espalda. De vez en cuando te llaman y te proponen planes caros, muy caros, planes con los que tú ahora mismo no te atreves ni a soñar, planes tan simples como salir a cenar. A ti te llevan los demonios pensando en cómo se le ocurre a la gente proponerte algo así con lo que estás pasando, pero respiras hondo, respondes que no puedes permitirte algo así ahora mismo y propones un plan alternativo con gasto cero. Pero no, no interesa, y rechazan tu plan. Si no puedes permitirte planes sofisticados, tu compañía no es interesante, así que posponen el hecho de veros hasta cuando tengas dinero. Sencillamente, tu situación no es su problema.
El día a día se hace absolutamente insoportable, ya que cada pequeño céntimo que entra en casa tiene un destino fijado. Priorizas absolutamente todo, pero no es suficiente. Miles de facturas sin pagar se te amontonan, y la nevera tiembla cada vez más. La comida se acaba, el depósito de gasolina se vacía y las empresas de recobros te llaman 30 veces al día para insultarte, decirte que eres una maleducada y que no tienes vergüenza. Cada vez que suena tu móvil se te da la vuelta el estómago, ya ni siquiera miras el visor, sabes de sobra que no te está llamando nadie para ofrecerte ayuda, y dejas que suene desde otra habitación.
Acuestas a tu hija sin cenar varias noches y la despiertas soñando con que te diga que hoy no quiere una galleta, que con el Cola Cao le basta. Ella te pide merienda cuando llega del cole, pero algunos días puedes dársela y otros días tienes que enseñarle para que vea con sus propios ojos cómo el cajón de los plátanos está vacío. A ti ya se te ha olvidado hace tiempo lo que es desayunar.
En tu tiempo libre, que es mucho, piensas en tu familia. Piensas en cómo pueden vivir tranquilos sabiendo que tú estás pasando por esto. Piensas en lo que tú harías si supieras que tu hija el día de mañana pasara por esta situación, y te juras a ti misma que tus hijos jamás en su vida se sentirán así de solos mientras tú vivas. Pueden pasar hambre, pueden pasar todas las penurias del mundo, pero ahí estarás con ellos para apoyarles. Piensas en cómo la gente te juzga por no hablarte con tu madre, en cómo todos piensan que es una cuestión de orgullo, en cómo nadie sabe nada. Porque nadie sabe nada. Pero tú sabes que jamás en la vida volverás a mirar a nadie de tu familia de la misma manera, jamás podrás perdonar a alguien que vive su vida tranquila mientras tú pasas por todo esto. Le has perdido el respeto, y ya no hay vuelta atrás, esto no es una etapa, esto es un antes y un después.
Intentas apoyarte un poco en tu familia política. No les quieres contar tu situación, porque sabes que no reaccionarán bien. Sabes que te van a sermonear, te van a culpar de todo esto y lo peor de todo, que van a hacerlo sin siquiera ofrecerte un ápice de ayuda, va a opinar desde la barrera. Y eso te quema, te quema que la gente se atreva a opinar y a echarte más mierda encima sin formar parte de la solución. Gente con sus hipotecas ya pagadas, gente que se va de vacaciones tres veces cada verano, gente con cinco vehículos en sus garajes, gente que lo ha tenido todo rodado en esta vida se atreve a decirte que todo lo haces mal, se atreve a juzgarte y se atreve obviar tu problema fingiendo que no existe cada vez que te ve por miedo a que les pidas ayuda. Es más, al igual que tus amigos, dejan de llamarte cuando tienes problemas. Tu terrible situación no es en absoluto su problema.
Así que no les cuentas nada porque lo último que necesitas en este momento es un sermón, pero intentas buscar algo de ayuda maternal y cuando vas a visitarles les dices que si hay sobras te vendría genial llevártelas a casa, "así no tienes que cocinar al día siguiente", pero ni siquiera eso es bien recibido. Tu comentario ofende y hace sentir a tu familia como si te estuvieras aprovechando de ellos.
Tiene gracia. No has pedido ni un mínimo de ayuda en toda esta tormenta y ellos sienten que les estás sacando los cuartos por un poco de cocido en un tupper. Así que cuando llegas a casa vuelves a sacar tu bloc de notas mental y a tachar una línea más en tu lista de "posibles apoyos".
Los recursos se han terminado, estás sola en todo esto. Es más, estás sola POR todo esto.
Los días pasan y se acerca el momento de que llegue tu bebé. Es casi imposible conciliar el sueño pensando en todo lo que aún tienes que comprar para cuando llegue, pensando en cuánto tiempo más va a pasar hasta que puedas comer a diario con normalidad, pensando en la gente que ha decidido ayudarte y en cómo y cuándo vas a devolverles su préstamo. Ninguna de tus prioridades importa ya. Ni ropa de embarazada, ni tardes al cine antes de que llegue el pequeño ni siquiera algún pequeño capricho para que tu bebé no lleve absolutamente todo de cuarta mano, lo único que importa es pagar deudas, pagar a todo el mundo y que dejen de llamarte de una vez, dejar de vivir con pánico sabiendo que un día abrirás el grifo y no tendrás agua caliente y dejar de sentir una losa inmensa en la espalda sabiendo que le debes dinero a gente que lo necesita tanto como tú pero que se ofreció a sacrificarse un poquito por ti.
Cada vez que vas a la compra es como si tuvieras 6 años el día de reyes, y lloras de emoción al colocar la leche en su estante y la carne en el congelador. De hecho por las mañanas, cuando nadie te ve, vas varias veces a la cocina y abres la nevera sólo para oler la fruta en su cajón. Te sientes ridícula, pero lloras de emoción, lloras de verdad, no es una forma de hablar. Pero sabes que el camino aún es muy largo y que queda mucho, muchísimo, hasta que estés al día. Sabes que tu hijo vendrá al mundo y tú aún no habrás salido de todo esto, y rezas por poder comprarle a tu hija por su cumpleaños la bicicleta con la que llevas soñando todo el año. Sueñas con ver su cara de emoción al verla, y vuelves a rezar por poder regalársela.
Piensas una y mil veces en toda la gente que te ha dado la espalda en todo este proceso, e intentas centrarte en la gente que te ha ayudado, y depronto caes en algo en lo que no habías reparado antes. Todos los que te han prestado ayuda son amigos, gente ajena a tu sangre, gente que sencillamente no tenía por qué, mientras que todos los que tienen un vínculo obligado han pasado de largo por delante del hoyo en el que estás metida y han fingido que no oían tus gritos de auxilio. Te das cuenta de que, después de todo, en este mundo hay gente buena, gente buena de verdad, y puede que no tengas toda la vida para contar con su apoyo, porque la gente viene y va, pero al menos sabes que has podido sentir un poquito de calor en todo esto, aunque sea ajeno.
Sin embargo el frío causado por tanto rechazo se hace más fuerte. Cada vez que no puedes lavar la ropa porque no te queda jabón o que tienes que renunciar a salir de casa porque el depósito de gasolina está vacío te acuerdas de toda esa gente que te ha dejado sola ante todo esto.
Te acuerdas de tu padre, que ve desde la ventana de su habitación el hospital donde vas a tener a tu hijo al que él no quiere conocer.
Te acuerdas de tu cuñada, que finje que no lee tu blog y así puede hacerse la sorda con tus problemas pero que sabes de sobra que en realidad se ha buscado la manera de acceder a él sin que quede registrado y así puede cotillearte sin sentirse obligada a actuar por los vínculos de sangre.
Te acuerdas de tu hermano, que llamó a la única persona en la familia que te ha prestado ayuda para decirle que eres una indeseable y contarle todo tipo de injusticias, a ver si con un poco de suerte lo poco de familia que te queda también se une a ellos en tu contra.
Te acuerdas de tu madre, te acuerdas mucho, mucho de tu madre, que cada vez que venía a tu casa te decía lo incómodo que era estar a tu alrededor y las ganas de volver a "su casa" que tenía, que todos los años te comentaba que ya no iba a volver ninguna Navidad más porque siente que echa demasiado de menos su vida allí y que con ver un par de días a sus hijos le sobraba y no era necesario venir dos semanas, que te mandó un email diciéndote que no la escribieras más porque no podía obviar todo el dolor que siente por tu culpa. Tu madre, que se marchó a mil millones de kilómetros cuando tú eras una niña sin mirar atrás, sin pedirle opinión a nadie, sin pensar en el desastre que dejaba a sus espaldas. Tu madre, que vio a tu hija por última vez cuando ésta tenía sólo un año. Tu madre, que sabe que estás embarazada, que sabe que te despidieron, que sabe muchas cosas aunque no quiera. Te acuerdas de tu madre, te acuerdas mucho, mucho de tu madre sin poder evitarlo. Te acuerdas de ella y sientes una terrible culpa pensando en que la odias tanto por dejarte tan sola que no la llamarías para ofrecerle tu apoyo ni aunque te dijeran que se está muriendo. Pero sabes de sobra que ella tampoco te llamaría a ti para ofrecerte apoyo si te estuvieras muriendo. Porque en cierto modo te estás muriendo, y ella, como siempre, no está contigo.
Odias odiar, pero odias. Odias tanto como amas a quien amas, y te preguntas si algún día en tu vida dejarás de odiar así, si encontrarás paz interior, algo que nunca jamás has tenido, y si serás capaz de sentir indiferencia hacia su rechazo.
No lo sé, pero tal y como me siento hoy en día, lo dudo...
Hace 10 años
1 comentario:
Ay, Patri, nena... me dejas KO!
Menudo momentazo de desahogo esta entrada, ¿verdad? Espero que, cual berrinche lacrimógeno, te hayas quedado a gusto... que a veces hace falta y sienta muy pero que muy bien.
No negaré que es posible que con este mensaje yo también peque de lo mismo que criticas. Puede que te esté oservando desde la barrera de tu blog y sólo me compadezca. Puede ser que yo encaje de lleno en ese cliché de mera observadora, y te pido perdón por ello.
Podría hacer como que no te he leído, como si nada, y puede, seguramente, no sería la única.
Pero no puedo evitar no escribirte ante semejante entrada y enviarte toda mi fuerza. Que es gratis, tal vez. Pero también es sincera.
Piensa que aunque algunos te hayan dado la espalda, al final lo que te queda es tu nucleo, el que tu has creado. Los que son tuyos de verdad, tu "cogollo" familiar, tu hijita, que es seguro la alegría de la casa, tu marido que estoy convencida de que siente absoluta devoción por tí a pesar de los problemas. Y tu pequeño (¿Eric?), que dentro de poquito iluminará tu vida y a todos los que están en ella.
Te he perdido la pista de lleno, la verdad, pero siento de corazón cuando escribes estas cosas y veo los problemas que tienes. Al igual que me alegro de corazón cuando leo tus entradas positivas y enérgicas, como tú eres. Cuando veo las fotos de tu enana siempre sonriente o cuando comentas lo contenta que estás con tu nueva y recién estrenada profesión. (Aunque es pronto y estas cosas suelen ir lentas, debes de ser paciente y positiva a partes iguales... quién sabe... lo mismo en el futuro te vemos maquillando a las estrellas!!!).
Son momentos difíciles, de eso no hay duda, pero tienes que ser fuerte y no decaer, que eres la matriarca de tu "cogollo" y eso es lo más importante. Las dos sabemos que eres fuerte y valiente, y en esta ocasión, no vas a ser menos, no?
... Qué típico, verdad? Ay, madre, qué rabia me estoy dando... Es que me daría de bofetones!!
Pero si supiera otra cosa qué decirte, lo haría!
En fin, que espero leer pronto una entrada más positiva de lo emocionada que estás con tu bebé, etc, etc.
Entre tanto, sigo esperando que necesites una modelo casera para una sesión de maquillaje y fotografía, y ya de paso, tomarnos un café o dos y ver a Abril, que aún me acuerdo cuando vinísteis a mi casa, que casi se la podía sujetar con una sóla mano!
Un abrazo fuerte.
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