Mi padre es una persona en la que, la verdad, no pienso mucho. Hace mucho tiempo me dijo que no le llamara más, nunca nunca más, así mi llamada fuera la única que tengo desde la cárcel o me estuviera quemando a lo bonzo, nada, nunca, no me llames y punto. Con lo que tuve mi proceso, pero ante algo tan radical pues poco le queda a una que intentar, así que ahí quedó mi padre, en el pasado.
Sin embargo, todos los años por su cumpleaños me acuerdo mucho de él. Hay años que me vengo acordando desde dos semanas atrás que se acerca su día y otros, como éste, en el que depronto digo "¡hombre, pero si es casi día16!", y me lo imagino ahí, deprimido por cumplir años, con su novia haciéndole un regalo carísimo como sólo las personas que se quejan de su mierda de sueldo de 2.000 euros pueden hacer. Con mi hermano comprándole alguna gilipollez de las que le gustan a mi hermano pero que a mi padre se la pelan trillones, tipo un muñeco del Motorista Fantasma o un diploma al mejor motero. Con mi cuñada intentando prepararle alguna sorpresa sin darse cuenta de que mi padre la primera y última vez que sintió emoción por algo en su vida fue cuando el Madrid ganó la séptima copa de Europa y que en el fondo todo le da igual, hasta él mismo se da igual.
Me lo imagino y me resulta decadente, la verdad. Es curioso cómo a veces las cosas cuando las vivimos desde fuera las vemos con una claridad pasmosa, y la verdad es que, aunque siempre he sabido que mi familia paterna era lo peor, pues yo les vivía y les disfrutaba como tíos míos que eran, pero reconozco que en el fondo siempre he sabido que eran todos unos frígidos emocionales de la muerte.
Resulta que mi abuela se quedó viuda con cuatro hijos, el más pequeño (mi padre) tenía la edad que tiene Eric ahora. Marronazo, marronazo horrible. Y el trauma debió ser tan fuerte que cogió y se hizo de piedra, de piedra absoluta, como una coraza para no sufrir. Mandó a cada hijo a un punto de España a un internado y ya está. Con lo que la infancia de mi padre y sus hermanos pues fue bastante triste. Para empezar por haberse criado sin esa figura paterna que todos necesitamos, para seguir sin poder estar cerca de la poquita familia que tienes que son tus hermanos, y para terminar por tener una madre que es lo menos amoroso y maternal que existe.
Mi abuela siempre ha sido para mí una persona de lo más lo peor. Nunca ha querido que la llamemos abuela, siempre la hemos llamado por su nombre, la veíamos una vez al año, el día de Navidad, y jamás de los jamases ha llamado para felicitar un cumpleaños ni nada por el estilo.
Con mis tíos he tenido mucha más relación. De pequeña me crié viendo cada fin de semana a uno de ellos, mi tío Manolo, que vivía en Madrid, y al que vivía en Santander le quería con locura y cuando venía en Navidades toda mi obsesión era pasar tiempo con mi tío Luis. Luego estaba mi tío Ángel, que era más raro que un pelocho, y ése nunca estuvo muy cercano a la familia, pero con mis otros tíos me sobraba para ser feliz con mi familia.
Pero el tiempo pasó y me fui haciendo mayor. La familia se fue desestructurando, mis padres se divorciaron, mi tío Manolo también, y yo empecé a darme cuenta de los valores que había en mi familia. Valores o más bien la falta de ellos.
Poco a poco me fui dando cuenta de que la imagen que se iban haciendo de mí con los años difería bastante de la realidad. Me resultaba curioso ver como gente que me había criado podía tener un concepto de mí tan distinto a lo que yo sabía que era, pero es lo que pasa cuando la gente juzga sin opción a cambiar de opinión. Vamos, que no me extrañaría que dijeran de mí que tengo los ojos verdes océano, porque desde luego no intentaron indagar en lo que realmente soy en absoluto.
El hecho de que llevara faldas, tuviera curvas (no elegidas), me echara novio y me fuera mal en los estudios para ellos era una clarísima regla de tres de que iba a ser una bala perdida que limpiaría escaleras, acabaría en las drogas y con cinco hijos de cinco padres distintos con 22 años. No es broma, hablo en serio. No es que me sermonearan, no es que se echaran las manos a la cabeza, no es que intentaran ayudarme a ir por el camino recto de la vida: esto era así y éste era mi destino. Punto.
Mi abuela, por la época en que vivió y por su personalidad racista-clasista-homófoba-machista (mi otra abuela vivió la misma época y es puro amor, así que apartemos el franquismo como responsable) pues era de ese tipo de personas a las que una persona sin carrera universitaria no le merece ningún respeto, pero cuidado, carreras como periodismo, filología, historia o audiovisuales eran dignas del más sucio de los perro flautas. Letras, caca, ciencias, te llamo de usted. No os digo más que para su asistenta de toda la vida, mis tíos y mi padre se llaman Ángel, Manolo, Ricardo y Don Luis. Adivinad cuál de ellos es el médico.
Total, que mi abuela, en su pequeño esfuerzo por ser una abuela, lo único que hacía por nosotros aparte de un cordero que te mueres una vez al año era darnos un aguinaldo que nos pasábamos todo el año esperando. Nos daba 5.000 calas en un billete que con 10 años imagínate lo que cundían. El problema era que cuando nosotros pensábamos en mi abuela, lo único que veíamos era un billete con patas. Vamos, que el año que entró el euro nos lo pasamos enterito todos los nietos con sudores fríos porque no sabíamos si nos iba a dar 30 euros o un billete de 50. Cayeron 30,05 leuros, algo muy mi abuela.
Así que ésa era mi abuela para mí, una persona que no significaba absolutamente nada, pero que lejos de pasar sin pena ni gloria por mi vida, lo único que me aportaba era la lección errónea de que la Navidad significa dinero, distorsionando así el sentido entrañable de las fiestas, algo que desde luego es radicalmente lo opuesto a lo que yo quiero transmitirle a mis hijos.
Así que un día cogí, dije que me casaba, todo el mundo se alegró mucho (yupi, por fin Patricia se ha enderezado y ha dejado el alcoholismo y la prostitución atrás), yo te hago las fotos, mi novia te maquilla, qué chachi todo, tu prima va a ser tu madrina, tu abuela te va a dar dinerito del bueno para tu viaje, bla bla bla bla... y depronto... "¡ah! que viene esta persona a tu boda? ¿que las has invitado?? ¡¡pero qué te has creído!! ERES TONTA!!". Y adiós muy buenas. Cuatro años después, no les he vuelto a ver. A ninguno. Así, sin más. Porque invité a la que fue novia de mi tío durante 13 años y aún hoy en día mejor amiga de mi madre que me crió y me llevó al cole durante años y que nunca jamás he perdido relación con ella y la he considerado siempre de mi familia. Ea, por invitarla me quedé sin familia para siempre y ni miraron para atrás. Eso sí, cuando nació mi hija mi abuela se hizo la víctima llorándole a toda la familia porque oh, horror, no conocía a su bisnieta, ¡oh su querida bisnieta del alma que la malvada de su nieta no le dejaba conocer!. Tanto mi hermano como mi cuñada como mi padre me dijeron que por favor le dejara conocerla que la pobre mujer estaba sufriendo a morirrrr con mucho dolor, y claro, yo les dije que si quería conocer a su bisnieta que muy bien, pero que me llamara a MÍ, que diera la cara y me diera una explicación de por qué no había venido a mi boda sin decirme nada, simplemente transmitiendo el mensaje a través de mi padre. Pero esa llamada nunca llegó, claro. Pobre mujer, que se morirá sin conocer a su bisnieta de su amorrr... qué pena siento por ella...
Así que cada 16 de mayo me acuerdo de todas estas cosas, me acuerdo de lo decadentes que son mis raíces por ese lado y doy gracias al cielo por que la balanza pesa mil kilos más por el otro lado, donde mis abuelos maternos me enseñaron lo que es el amor, el respeto, la confianza en uno mismo y la aceptación, el orgullo y la admiración hacia tus hijos por ser ellos mismos.
Cada año el día después de San Isidro me acuerdo de mi padre. Y pienso que le queda un año menos para morirse solo, Solo solo solo, tal como él ha elegido...
Hace 10 años
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