- Ver sola una película de miedo.
Siempre he sido extremadamente miedosa, pero cuando empecé a vivir sola, se me quitó 100% esa sensación y me veía las películas de miedo como si fueran capítulos de Friends. Ahora que no vivo sola y vuelvo a ser igual o más cagueta aún, no me explico como era capaz de ver esas pelis y luego me iba a dormir como si nada. Y todavía me levantaba en mitad de la noche con la luz apagada a por agua tranquilamente.
- Comer un filete con café.
Una vez fui a un restaurante en Estados Unidos y la señora que estaba en la mesa de al lado se estaba comiendo un sanwich, y cuando aún no se lo había terminado ni se había tomado las patatas, se levantó y fue a por un café, y se lo tomó mientras se terminaba su comida. La mezcla me espantó tanto como me atrajo su atrevimiento. Por algún motivo lo encontré como algo hecho con frescura, y jamás olvidé esa forma de comer, tan norteamericana y desprejuiciada. En uno de mis viernes decidí hacer algo parecido, y descubrí que hay ciertas sensaciones a las que no hay que resistirse.
- Aceptar que me organicen una cita a ciegas.
Una compañera de trabajo me insistía en que tenía un amigo que era perfecto para mí y estaba empeñada en presentarnos, hasta que un día me lo puso por teléfono a traición y me pareció un chico agradable. La primera cita salió bien, pero en cuanto le vi una vez más descubrí que era un cafre integral. Entonces fue cuando pensé que nunca tendría que haber aceptado. Sin embargo, ahora me alegro de haber accedido porque, de nuevo, no hay que resistirse.
- Salir a pasear a 20 grados bajo cero.
Rodeada de nieve y metida hasta las rodillas en ella. Toda yo convertida en nieve.
- Comprar una crema anti edad.
Siempre he sido de esas personas que pasan completamente de cremas. Hasta que llegó un día en el que me encontré dando vueltas por la sección de cosméticos del supermercado, me compré alguna crema barata, y descubrí que la sensación que se te queda en la piel es deliciosamente placentera. Desde entónces nunca he dejado de echarme crema una vez al día acorde con el problema dermatológico que tenga en ese momento. Puntos negros, piel seca, piel grasa, y ahora, una anti edad. Para prevenir, no porque crea que ya la necesite.
- Subirme a un escenario.
Va el mentalista, pregunta quién se considera una persona intuitiva y voy yo y levanto la mano. ¿En qué estaba pensando?.
- Engañar a alguien contándole que vives una vida completamente distinta a la tuya.
Cuando hablas con alguien que no te conoce de nada y que sabes que no vas a volver a ver nunca más en tu vida, es divertido inventarte un tipo de vida, una profesión, una familia, un lugar de origen y un nombre distinto al tuyo. A veces también hasta un acento.
- Sacarme el carnet de conducir.
Siempre he pensado que por el ritmo de vida que llevaba nunca podría reunir todo el dinero que hace falta, y que si alguna vez lo tenía, lo gastaría en otras cosas porque el metro y el autobús te llevan a todos lados. Ahora que tengo mi carnet, estoy feliz de habérmelo sacado y disfruto muchísimo de conducir.
- Vivir en una cabaña en medio del bosque con osos fuera.
Lo hice un tiempo y definitivamente, el campo no es para mí.
- Gastarme 250 euros en un regalo.
Nunca he sido de esas personas que regalan cosas caras, no es mi estilo ni considero que esos sean los mejores regalos, pero quise hacer muchos regalos distintos en uno y 250 euros era lo que costaba el lote completo. La reacción que obtuve una vez recibidos todos los regalos no tiene precio, así que mereció la pena.
- Estar una semana entera sin saber dónde está mi móvil.
Por desinterés, no porque no lo encuentre.
Hace 10 años
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