jueves, 25 de marzo de 2010

Navalcarnero, trágame

Mi madre siempre dice que le encanta haber vivido situaciones bochornosas en sus propias carnes porque se puede reír durante años de aquellos momentos. Yo afortunadamente no soy la típica persona que suele hacer el ridículo a menudo, pero las veces que lo he hecho, aunque luego me haya reído muchísimo, no me ha resultado algo agradable. Hubiera preferido que le hubiera pasado a cualquier otra persona y reírme igual, la verdad.

Sin embargo, el momento más embarazoso de mi vida, la más bochornosa e incómoda de las situaciones, no fue por algo que me pasó a mí, pero a veces las cosas desde la grada se viven más intensamente que desde las tablas:



LA SITUACIÓN:

Un amigo nuestro viene a visitar nuestra casa con su chica, a la cual conocemos poco, muy poco.

ELLOS:

Él, extrovertido y dicharachero. Ella, tímida, calladita y muy correcta.

NOSOTROS:

Encantados de la vida de disfrutar de la agradable compañía de un amigo y su nueva chica, ofrecemos despliegue de picoteo y les obsequiamos con nuestras mejores sonrisas con el fin de que se sientan cómodos como para considerar visitarnos de nuevo en un futuro próximo.

EL MOMENTO:

Disfrutamos de una agradable tarde de risas y de una entretenida conversación, cuando él pregunta por el servicio. En mi casa hay nada menos que 3 servicios, pero por comodidad y rapidez, le mostramos el camino al cuarto de baño de abajo, situado muy cerca del salón, donde nos encontramos.

Él cierra la puerta, pero al parecer no lo suficiente, porque enseguida todo el salón se llena de un retumbante ruido de un chorro interminable cayendo en el agua. Nosotros tres fingimos que no estamos oyendo nada y ponemos cara de arbusto, sin embargo somos incapaces de articular palabra.

El chorro continúa, cuando de pronto es interrumpido por unos estruendosos, estridentes e interminables sonidos, que fácilmente se adivinan como pedos.

Nosotros en un estricto silencio, contenemos la respiración ante aquella circunstancia tan desorbitadamente incómoda, mientras por mi cabeza lo único que se me pasa es si el protagonista de aquel festival sonoro se estará dando cuenta de que el sonido es un fenómeno capaz de alcanzar muchos metros a la redonda, y mi salón le pilla de paso.

Los estruendos continúan, haciendo aquellos minutos los más largos de nuestras vidas, especialmente los de aquella chica, cuya cara iba adoptando un intenso tono violeta.


EL DESPUÉS:

Los estruendos terminan, oímos la cadena, y mientras a nosotros tres nos va brotando una angina de pecho pensando en la embarazosísima conversación que estamos a punto de mantener cuando él vuelva y mencione lo ocurrido, la tensión se hace rebanadas ella solita mientras silba una bonita melodía al compás de los pasos de él, que aparece con una sonrisa alegre y despreocupada, mientras dice tranquilamente:

"¿Alguien quiere más cerveza?"


Nosotros, que estamos a punto de darnos la vuelta como un calcetín de tanto contener la respiración, esperamos en silencio a que aparezca una voz en OFF que diga: "La diferencia en ciertas parejas entre el hombre y la mujer, además de lo evidente, es el concepto EN CONFIANZA".


DESPUÉS DEL DESPUÉS:

El resto de la tarde transcurre de manera aparentemente normal, de lo más agradable, a pesar de los sudores fríos de la pobre chica que, previsiblemente, hoy en día no es la novia actual del amigo.

Como de todo en esta vida hay que sacar algo en claro, nosotros decidimos que nuestra moraleja ante aquella experiencia tan intensa sería nombrar el cuarto de baño del segundo piso "Baño oficial para las visitas". También aprendimos que la vergüenza ajena es mucho más cruel que la vergüenza propia, y yo, para eliminar secuelas psicológicas, me recé esa misma noche cinco Padres Nuestros y tres Ave Marías para dar gracias a las fuerzas superiores por haberme concedido el don del buen gusto a la hora de elegir marido.

1 comentario:

tu madre dijo...

Ya, pero tu marido quería que Joni le hubiera sacado a él a bailar y no a mí...

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