jueves, 15 de septiembre de 2011

Impresiones ninjas

Esta semana tengo horario de tarde, es decir, llego tardísimo a trabajar por la mañana y me voy a casa de noche, y esto quiere decir: me paso unas 2 horas completamente sola en la oficina.

Hoy parece que hay gentecilla, pero ayer por la tarde no había ni el tato, así que ahí estaba yo, toda la santa tarde en una recepción por la que de vez en cuando pasaba algún que otro matojo rodando.


En uno de esos momentos de lucidez que suele brindar el aburrimiento se me ocurrió imprimir unas cuantas cosas que tenía pendientes (de trabajo, por supuesto, ¿personales? nuuuuunca...), y como es normal y habitual en estos casos en los que los chicos encargados de estos temas están hasta arriba de trabajo como para atender tus tontunas o se han ido a su casa como todo hijo de vecino, la impresora-tamaño-nevera se ha puesto a hacer pitidos extraños según le iba enviando documentos y, como no, no me ha imprimido nada.


Me cachis en la mar, ya empezamos. Fijo que ahora lo dejo sin imprimir y mañana cuando llegue están ahí todos mis documentos a la vista de todo el mundo, no no no no, paso paso paso, a ver, esto lo tengo que arreglar yo, no puede ser tan difícil...


Me levanto, le doy a todos los botones que me parecen así como de darle, ¿a ver?, nada, que no imprime, vuelvo a mi sitio, le vuelvo a dar a imprimir a dos o tres de los documentos, vuelve a sonar el pitidito fatídico pero nada, que no sale. Cagüenlamar aparato del demonio... esque no entiendo como un cacharro tan grande puede dar tantos problemas, ¡para cuatro botones mierderos que tiene y hay que ver la guerra que da!.

En fin, mira, paso, que tampoco creo que pase nada por que algún que otro compañerito madrugador vea mis fotos de maquillajes, yo me voy a poner a mis cosas y que le den al cacharro éste de la mierda.


Total, que me siento a mis cosas, lari lari, un poco de noticias Yahoo por aquí, un email por allá... y cuando llevo un rato largo largo en mi mundo, lo suficiente como para haberme olvidado del señor Minolta, oigo depronto un pitido largo proveniente del inútil cacharro asqueroso, y depronto el aparatito empieza a escupir hojas como un condenao, tanto que se salta su programación de ponerlas todas una encima de otras ordenaditas y empiezan a caerse al suelo. Yo me levanto para darle al stop pero según veo las hojas me doy cuenta de que entre mis impresiones sobre maquillajes preciosos hay cosas de alguna otra persona, con lo que claro, no lo voy a parar, así que empiezo a recoger los papeles, pero la máquina cabrita sigue escupiendo. Paro y decido esperar a que la máquina termine su función y recoger entonces.


Miro a mi alrededor y la imagen es desoladora. Árboles. Árboles muertos por toda la recepción. Papeles que seguro que la persona que los envió ha dado por perdidos en el ciber espacio que se crea entre tu botón de imprimir y la bandeja de la impresora.


Así que ahí estoy yo, a las 8 de la tarde prácticamente sola en mi oficina, monísima con mis tacones y mi vestido y recogiendo un montón de caretos de Julia Roberts y documentos en distintos idiomas, y preguntándome cómo el señor Konica Minolta no tiene el premio Príncipe de Asturias al aparato más complicado y difícil de entender de la historia.



Totalmente surrealista, como muchas de la situaciones que vivo a lo largo de mi vida. Pero en fin, el momento impresora forma parte ya de la vida cotidiana de cualquier persona que trabaje o haya trabajado en una oficina, ¿no es así?.

1 comentario:

Anónimo dijo...

No te preocupes cuando me inicié en el mundo de las oficinas, uno de mis principales trabajos era el de "arreglar las impresoras", no una sino las de las cinco plantas del edificio de la compañía. La escena de yo, mi vestido y mis tacones mientras que el maldito bicho escupe llega un punto que te resulta normal, cuando el tema va de tinta te acuerdas de la impresora y su maldita menstruación, cuando con todo esto lo mezclas en la situación en la que "todo el mundo mira" ya eres más magenta que el color magenta..... Con el paso de los años al mínimo ruidito la amenazas, si hace el amago la das una patada o manotazo y finalmente...... eres tú la que terminas escupiéndola a ella.

A todos nos pasa lo valiente es reconocer que nos pasa.

Y a nosotras con tacones y todo!!!!

Muchos besos,

Mari.

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