Hoy he ido al aeropuerto a buscar a mi cuñada, que venía de ir a visitar a mi hermano a Dublín. Su avión se ha retrasado, no mucho, pero lo suficiente para que haya podido darme una vuelta por ahí a observar cómo la gente se reencuentra y se abraza. Cuando el abrazo dura más de 3 segundos, se me suele poner un nudo en la garganta viéndolo. Me encanta la gente que no tiene miedo de abrazarse.
Mirando la pantalla que indica si los vuelos han aterrizado o están retrasados había un padre con su hija, de unos 8 años. La niña estaba bailando y cantando en voz bajita, yo sólo la veía mover los labios. Su padre miraba fijamente la pantalla. La pequeña, que era un encanto, se ha acercado a la puerta de salida a la calle, y se ha puesto a saltar delante del sensor para que se abriera la puerta.
- "No se abre", le ha dicho a su padre. Y yo he pensado "claro, no se abre porque no pesas nada, eres un ángel, y los ángeles no pesan".
- "El sensor está roto", ha dicho su padre, y ha seguido mirando la pantalla.
Yo no he podido evitar pensar en que los mayores a veces somos un rollo. Los niños están siempre jugando, es lo único que hacen en la vida mientras no estén ocupados con obligaciones. Los mayores sin embargo nunca jugamos, nos quedamos ahí, mirando una pantalla, simplemente esperando a que de un momento a otro aparezca la palabra "Landed" en el punto donde estamos mirando para poder dar el siguiente paso, acercarnos a las puertas por donde salen los viajeros.
Y yo me pregunto, ¿qué nos cuesta? ¿qué extraño elemento hace que perdamos la imaginación? ¿en qué punto de la vida dejamos de saltar delante de las puertas para dedicarnos a mirar pantallas fijamente?. Supongo que a veces nos da vergüenza desarrollar nuestra imaginación, pero en serio, ¿qué le costaba darle un poquito de chispa a algo tan insignificante como que el sensor de una puerta esté roto?. Cuando yo era pequeña, muy muy pequeña, le dije a mi madre "mira mamá, se ha salido un arito de la cortina fuera de la barra", y mi madre me dijo "¡jope, qué arito más malo!", y claro, a mí me encantó, siempre que lo miraba desde mi cama pensaba para mis adentros "¡jolines con el arito, no se quiere volver con los demás!". Y así de feliz fue mi infancia.
Parece que en esta vida no queremos que los niños sean niños. En todos los cuentos infantiles, o en la página 2 muere alguien, o hay algún abandono o la protagonista es huérfana, y todo eso se hace para ir acostumbrando a los niños a conceptos como la muerte y el dolor.
Pues vaya mierda de infancia entónces, ¿no?. Según eso, ¿por qué no irles acostumbrando a situaciones como por ejemplo los atascos de la M30? ¿o a darse de baja con Telefónica? ¿o a esperarse una cola cuya rapidez de movimiento depende de un funcionario?. Estaría bien, ¿no? a mí me gustaría ver cómo el Príncipe de Cenicienta se desespera montando un mueble Strgën de Ikea. O cómo Aladdin intenta explicarle al responsable de Atención al Cliente de Carrefour que si él trae su cupón relleno con las tapas de los yogures, quiere el guante de cocina que promete la publicidad, y que lo de "hasta fin de existencias" no le parece excusa.
En fin, que los niños son niños y ya tendrán tiempo los pobres de descubrir que esta vida, aunque a todos nos encanta, es un asco.
Yo le diré a Abril que si la puerta mecánica del aeropuerto no se abre cuando ella pasa, es porque ésa es la puerta de los plebeyos, la puerta para Princesas está un poco más alante. Y me quedaré tan ancha.
Hace 11 años
2 comentarios:
Muy bien, churrilla...¡esa es mi niña!!
Yo soy asi con mi niño. Le digo que el sol se esconde entre los edificios para jugar al escondite y que las flores lloran si les arrancas los petalos. Que si duermes con los puños apretados se duerme mas y asi muchas cosas. Y el aprende. Cuando le digo que sueñe con los angelitos me dice "no mama, yo sueño con Oscar y con mama jubando..."
LOLA
Publicar un comentario