domingo, 28 de agosto de 2011

Pánico

Ahora que tengo una hija (sí, ésta es una de esas entradas en las que reflexiono sobre la maternidad, están avisados) me sorprendo a mí misma recordando lo diferentes que eran las cosas antes.

Ahora que acabo de volver de una visita a la urbanización donde pasé todos los veranos de mi vida hasta que tuve 13 años me doy cuenta de lo fácil que era todo antes tanto para nosotros como para nuestros padres. Recuerdo que con 6 años (¡¡6 añitos!!) hice amigas y me pasaba el día por ahí con ellas en bicicleta, sin decirle a mis abuelos a dónde iba ni con quién iba ni qué iba a hacer ni nada. Y jamás me pasó nada de nada. No recuerdo haberme parado en un cruce con la bici ni una sola vez en mi vida, y ahí en Cabo Roig las cosas no eran como ahora que está todo mucho más civilizado con sus Stops y sus... sus Stops, ¡no señor!, aquéllo era un marica el último donde la educación vial era algo que todavía no se había inventado.

Y yo pienso en dejar a mi hija con 6, 7, 8 ó hasta 9 años por ahí suelta con su bici y me subo por las paredes.



Recuerdo que por algún motivo durante toda mi adolescencia se me asignó el papel de Lolita y tenía un increíble éxito entre los hombres entre 35 y 50 años, algo que a mí me horrorizaba, pero ahora visto con perspectiva no sólo me horroriza, si no que despierta mis instintos asesinos más primarios, ya que era bastante frecuente que hombres mayores se pararan a hablar conmigo y me tiraran los trastos. Yo no era aún lo suficientemente madura como para mandarles al infierno, lugar del que nunca debieron haber salido, así que me limitaba a darles largas hasta que se daban por aludidos, pero sí era lo suficientemente lista como para nunca dejarles entrar en mi espacio vital, espacio que ahora veo claro que ellos habrían cruzado de buena gana si no hubiera podido denunciarles por ello.


A los 11 años, 12 de la mañana y más o menos dando la vuelta a la esquina de mi casa un hombre intentó meterme en un coche diciéndome que trabajaba para una revista y estaba haciendo entrevistas a chicas de mi edad. Me hacía preguntas "obscenas", y entre pregunta y pregunta me repetía que me subiera al coche que así de pie no me entendía bien. Fui inteligente y no me subí, pero no porque me diera cuenta de que me estaba queriendo hacer el lío, si no porque no me gustaba la idea de hablar con un desconocido en un espacio tan cerrado. Siempre me he preguntado qué habría pasado si me hubiera subido al coche, pero está claro que nada bueno.

Más adelante, con unos 16 ó 17 años, recuerdo que había muchos, muchos hombres, mayormente clientes del bar donde trabajaba, que no se cortaban un pelo en pedirme cosas indecentes como "recostarse sobre mi pecho" o "abrazarme para oler mi sudor después de venir del gimnasio", y aunque todas esas indecencias nunca me han causado ningún trauma ya que afortunadamente nunca tuve que lamentar nada, me da ganas de vomitar al recordar todo aquéllo, sobre todo si pienso en que alguien pueda hablar así a mi hija, a mi pequeña criatura por la que cortaría cabezas sin dudarlo si alguien se atreviera a tocarle un pelo de su cabeza.



Y recordando toda aquella época me sorprendo enormemente porque si miro hacia atrás solo veo a una idiota con granos y coleta con una ropa rarísima más fea que pegarle a un padre que se sentía exactamente así. Vamos, nada que ver con las adolescentes de ahora, que van súper monas siempre con su raya de los ojos pintadísima y su pelo con kilos de laca, un poco demasiado pelandruscas para mi gusto, pero al menos conjuntadas. En fin, que yo era un callo (sí, de los del pie, no de los cayos de Florida) y me sentía como tal, con lo que no entiendo por qué yo tenía ese éxito entre todos los pederastas salidos de la región y el resto de las chicas no.



No sé si antes pasaban menos desgracias y por eso teníamos más libertad que ahora o simplemente había menos información, pero me da pánico pensar que a mi hija pueda pasarle algo relacionado con hombres intentado tocarla, simplemente tocarle la piel.

Yo no soy para nada miedosa, la típica madre que no deja hacer nada a su hija, de hecho soy la única en toda la urbanización que no va detrás de su hija mientras ésta corretea alrededor de la piscina, ¿por qué?, pues porque prefiero que se caiga dentro, algo que ya ha ocurrido, y que aprenda por sí misma que acercarse a la piscina está mal. Se cayó, la saqué y nunca más ha vuelto a acercarse tanto. A lo que me refiero es a que no quiero cortarle las alas sabiendo que el mundo está lleno de gente mala que quiere hacerle cosas malas, pero la verdad, no sé cómo reaccionaría si me enterara de que alguien ha intentado hacerle algo, como me pasó a mí desde que tenía nada más que 6 añitos en mi propia casa con un amigo de mi hermano (nada grave, fui lista, pero menos mal que lo fui...).





Sólo espero que para cuando mi hija crezca sepa lo que le puede pasar si no tiene cuidado, yo desde luego pondré todo de mi parte para concienciarla.

No hay comentarios:

Web Statistics