miércoles, 19 de octubre de 2011

Accidente casero #384

Hace un par de noches estaba yo en mi cocina dispuesta a guardar la olla, que por grande, llamaríala "marmita", cuando pensé "se me va a caer, se me va a caer" e ipso facto, fíjese usté, se cayó (a veces, cuando puedo ver el futuro, me doy miedo, mucho miedo...).


Pues bien, la marmita se cayó justo encima de la articulación de uno de mis deditos del pie izquierdo, el cual, por pequeño que sea, como el señor Murphy últimamente me tiene mucho cariño, siempre es el objetivo de todos los objetos descendentes. Qué dolor.

Me agarré la pierna sentada en el suelo gritando mientras la olla rodaba y me pude ver desde fuera como en una escena de esas de Vietnam (de la guerra, digo) gritando "¡¡Johnny me han dado, Johnny!!". Dramática que es una, oiga.


Mr. Rossi, como ya sabe que últimamente me voy dando leches por todos lados, se limitó a gritarme desde el salón "¿estás bieeeeen?", y yo ahí, en el suelo, tirada como un perro. Me quité el calcetín para ver cómo había quedado mi dedito después del ataque de la olla, y yo miraba y miraba y el dedito ahí, sin inmutarse, y yo pensaba "¡haz algo, maldito asqueroso, ponte rojo, sangra, hínchate, gangrénate o algo, que va a parecer que me lo estoy inventando y me vas a hacer quedar como una pupas delante de mi marido!", y mi dedito ahí palpitando por dentro pero por fuera nada, esque ni un arañazo (¿no digo yo que Murphy me quiere un montón?).


Pues nada, dos días después aquí estoy, con mi dedito como si nada, tan campante, ¿y de qué me sirvió a mí que se me cayera una marmita encima si nisiquiera he podido sacar un mínimo de beneficio afectivo de ello?. Mi vida es taaaaan triste...

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