miércoles, 23 de marzo de 2011

Oh my Dog...

Como todos ustedes saben, tengo 2 lindas canes en mi hogar.

Primero llegó Juno, de 3 años, una pequeña perrita callejera asustadiza y que es capaz de quedarse mirándote fijamente con los ojos del gato de Shrek durante 14 horas seguidas no vaya a ser que se despiste y la mates o algo. Lleva 2 años con nosotros y sigue como el primer día, o más bien como el segundo, porque el día que la trajimos del albergue tenía tanto miedo que me vomitó en la mano.
El segundo día cogió un poco más de confianza y se dedicaba a tumbarse en su camita y observarnos con su cara de pavor habitual y su característico tembleque. La tía esperaba a que llegara la noche para comer sólo por no levantarse de su cama, no fuera a ser que se despistara y la sorprendiéramos por detrás. El caso es que en tema de miedos no ha avanzado mucho, la psicóloga que la estaba tratando en el albergue (sí señor, mi perra hacía terapia) nos dijo que mejoraría según fuera sintiéndose integrada en la familia. No sé, se debe sentir parte de la familia del vecino, porque desde luego ha avanzado más bien poco.

Y hace unos meses llegó a nuestras vidas Reshma, una perrita de (entónces) 3 meses que es algo así como todo lo contrario. Semi-Teckel semi-Podenco, Reshma es una perra nacida en la calle, lunática y con cierta tara mental, practicante del Carpe Diem, o lo que es lo mismo, "¡que me quiten lo bailao!". Reshma nos ha dejado muy claro desde el principio que ella prefiere llevarse el zapatillazo antes que no disfrutar al cien por cien de todas las tentaciones que le ofrece la vida, como por ejemplo una bolsa de basura con pañales sucios dentro, un bonito paseo por mitad de la carretera, una maceta con flores o un placaje a Juno si ve que se va a la cocina a comer. A Reshma no se le puede pedir que razone: ella es así.


Con las dos he probado de todo, a Juno la mimamos, le dejamos que se suba al sofá, le decimos que la queremos... pero no sirve de nada. A veces la sacas a que corra y estire las piernas y se dedica a mirar el horizonte pegadita a tus tobillos. Alguna vez ha tenido algún arranque de escaparse a conocer mundo, pero la verdad, nunca nada serio.

Con Reshma también hemos probado de todo. Salir a pasear con correa, lo cual se acaba convirtiendo en un "si me sacas así, ni meo ni cago ni nada: me espero a casa". Probé la táctica de darle comida cuando actuaba bien, es decir, "si obedeces, comes, si no obedeces, no comes", lo que resultó en que el animalito pasaba más hambre que los pavos de Manolo. Lo único que ha servido han sido los premios, esas deliciosas galletitas con forma de huesito que venden en el Mercadona, cada poco tiempo cuando paseamos le doy un huesito y así la mantengo cerquita, porque no sé qué tienen los huesitos pero les encantan. Vamos, que mis perras se mueren por mis huesitos. Aún así, nunca pierde la oportunidad de asustar a alguna vieja o a alguna niña con su efusividad o de salir disparada en busca de nuevas aventuras al margen de los huesitos y de la mano que le da de comer. Y eso si no hay alguna tentación mayor a la vista, que si la hay pasa hasta de la vieja.


El caso es que yo las adoro, son mis perras y las quiero como si fueran sangre de mi sangre, pero lo cierto es que ninguna de las dos cumple mis expectativas en cuanto a lo que es para mí la perfecta mascota.

Yo quiero uno de esos perros cariñosos que cuando los llamas vienen pero no se tiran a intentar chuparte detrás de las orejas en contra de tu voluntad para demostrarte su amor. Yo quiero un perro que viva la vida y juegue con los demás perros, no uno que se meta entre tus piernas y lance gritos de rata a todo el que se le acerque. Yo quiero un perro que sepa que la calle está para hacer pis y caca y la casa está para estar tranquila, no todo lo contrario. Yo quiero un perro independiente, que sepa estar en su camita, pero que cuando lo quieras acariciar se acerque sin pensar que le vas a matar. Yo quiero un perro tranquilo que no se suba a la chepa de mi hija para chuparla, y que sepa disfrutar de los paseos y que corra más allá de 1 metro a la redonda de mi ser. Uno de esos perros que O-B-E-D-E-C-E. Un perro que me dé paz, no que me la quite.

Yo le pongo mucha energía a mis perras y a su bienestar, les abro la puerta del jardín sin regañarlas si me hacen hoyos, las llevo al veterinario religiosamente cuando procede (algo que me consta que no todo el mundo cumple), me espero la cola pertinente (¡hasta 1 hora y media de cola he llegado a estar!, ¡¡madre mía, ni que fuera la seguridad social!!)... en fin, que yo no sé qué hacer para que estas perras sean felices conviviendo en harmonía con sus dueños. Yo siempre he querido tener un montón de perros, y desde que vivo en el campo mucho más. Mi marido ya me ha amenazado con quemarse a lo bonzo si aparezco con otro perro en casa, pero yo sé que mi vida no tendrá sentido hasta que no tenga un galgo. Los famosos adoptan niños de África, pues yo acojo perros. Ea.

En fin, que o con el tiempo y con esfuerzo acaban conviertiéndose en las perras perfectas, equilibradas y bien educaditas, o acabaré siendo como una de esas señoras que aparecen en Callejeros, completamente taradas y diciéndole a la cámara "¡os quiero, os quiero a todos...!", algo que no descarto en absoluto. La única solución que le veo al lunático estado mental de mis cachorras es ir al albergue y coger un galgo mayorcito y equilibrado que juegue con ellas sin necesidad de que se vayan a recorrer el pinar y que les haga sentirse protegidas. O todo puede ser que en casa entre un animalito de los más agradecido por tener una nueva familia y estas dos acaben con la cordura del pobre Comet*.




Dicen que los perros se parecen a sus dueños. Yo la verdad, poco me parezco a mis dos peludas, aparte de que las tres somos misceláneas en cuanto a raza, muy cariñosas y con cara de pasmadas de por vida. Y las tres somos poco ladradoras, la verdad.




*Posible nombre de nuestro futuro galgo

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